jueves, 1 de agosto de 2013

PARTE I: LAS CENIZAS (SINSAJO)


1


Bajo la mirada hacia mis zapatos, observando mientras una fina capa de cenizas se asienta sobre el gastado cuero. Aquí es donde estaba la cama que compartía con mi hermana, Prim. Allí estaba la mesa de la cocina. Los ladrillos de la chimenea que colapsaron en una carbonizada pila, proveen un punto de referencia para el resto de la casa. ¿De qué otra manera podría orientarme en este mar gris?





No queda casi nada del Distrito 12. Hace un mes, las bombas del Capitolio arrasaron con las pobres casas de los mineros en la Veta, las tiendas de la ciudad, incluso con el Edificio de Justicia. La única zona que escapó de la incineración fue la Aldea de los Vencedores. No sé exactamente por qué. Quizá para que quien se vea obligado a venir aquí por asuntos del Capitolio, tenga un lugar decente para quedarse. Los raros reporteros. Un comité evaluando la condición de las minas de carbón. Una cuadrilla de agentes de la paz buscando refugiados que hayan vuelto.


Pero nadie ha vuelto excepto yo. Y es sólo para una breve visita. Las autoridades del Distrito 13 estaban en contra de mi regreso. Lo veían como un riesgo costoso y sin sentido, dado que al menos una docena de aerodeslizadores invisibles están haciendo círculos arriba para mi protección, y no hay inteligencia alguna por ganar. Sin embargo, tenía que verlo. Tanto, que lo convertí en una condición para cooperar con cualquiera de sus planes.


Finalmente, Plutarch Heavensbeen, el líder organizador de los juegos, que había organizado a los rebeldes en contra del Capitolio, alzó sus manos.


—Déjenla ir. Más vale desperdiciar un día que otro mes. Quizá un breve recorrido por el 12 es justo lo que ella necesita para convencerse de que estamos del mismo lado.


El mismo lado. Un dolor apuñala mi sien izquierda y presiono mi mano contra ella. Justo en el lugar donde Johanna Mason me golpeó con el rollo de cable. Los recuerdos giran en espiral mientras trato de separar lo que es cierto y lo que es falso. ¿Qué serie de eventos me guiaron a estar de pie sobre las ruinas de mi ciudad? Esto es difícil porque los efectos de la concusión que ella me provocó no se han apaciguado y mis pensamientos aún tienen una tendencia a mezclarse. Además, las drogas que usan para controlar mi dolor y mi humor, algunas veces me hacen ver cosas. Supongo. Aún no estoy totalmente convencida de que estaba alucinando la noche en que el piso de mi habitación de hospital se transformó en una alfombra de serpientes retorciéndose.


Uso una técnica que uno de los doctores sugirió. Comienzo con las cosas más simples que sé que son ciertas y trabajo hacia las más complicadas. La lista comienza a rodar en mi cabeza…


Mi nombre es Katniss Everdeen. Tengo diecisiete años. Mi hogar es el distrito 12. Estuve en los juegos de Hambre. Escapé. El Capitolio me odia. Peeta fue tomado prisionero. Se cree que está muerto. Muy posiblemente esté muerto. Probablemente es mejor si lo está…


—Katniss. ¿Debería bajar? —La voz de mi mejor amigo Gale me alcanza a través del auricular que los rebeldes insistieron en que usara. Él está arriba en un aerodeslizador, observándome cuidadosamente, listo para abalanzarse si algo va mal. Me doy cuenta que estoy agachada ahora, con los codos sobre mis muslos, y mi cabeza apoyada entre mis manos. Debo verme como al borde de alguna clase de colapso. Esto no sucederá. No cuando finalmente me están liberando de la medicación.


Me enderezo y rechazo su ofrecimiento.


—No, estoy bien. —Para reforzar esto, comienzo a alejarme de mi vieja casa y voy hacia el pueblo. Gale pidió ser dejado en el Distrito 12 conmigo, pero no forzó la cuestión cuando rechacé su compañía. Él entiende que no quiero a nadie conmigo hoy. Ni siquiera a él. Algunos paseos tienes que hacerlos solo.


El verano está siendo abrazadoramente caliente y seco como un hueso. No ha habido casi nada de lluvia que perturbe las pilas de cenizas dejadas atrás por el ataque. Se mueven aquí y allá, en reacción a mis pasos. Sin brisa que las disperse. Mantengo mis ojos en lo que recuerdo como el camino, porque cuando aterricé por primera vez en la Pradera, no fui cuidadosa y choqué justo con una roca. Sólo que no era una roca, era el cráneo de alguien. Rodó y rodó y aterrizó boca arriba, y por un largo rato no pude dejar de mirar los dientes, preguntándome de quién eran, pensando en cómo los míos probablemente lucirían de la misma manera bajo circunstancias similares.


Me ciño al camino por hábito, pero es una mala elección, porque está lleno de restos de aquellos que trataron de huir. Algunos están completamente incinerados. Pero otros, probablemente derrotados por el humo, escaparon de lo peor de las llamas y ahora están tendidos apestando en varios estados de descomposición, como carroña para los animales carroñeros, y cubiertos de moscas. Yo te maté, pienso mientras paso una pila, Y a ti. Y a ti.


Porque lo hice. Fue mi flecha, apuntando hacia la grieta en el campo de fuerza rodeando la arena, lo que trajo esta tormenta de fuego como castigo. Eso envió al país entero de Panem al caos.


En mi cabeza escucho las palabras del Presidente Snow, pronunciadas la mañana que yo iba a empezar el Tour de la Victoria. “Katniss Everdeen, la chica en llamas, tú has proporcionado la chispa que, de quedar desatendida, puede crecer en un infierno que destruya Panem”. Resulta que él no estaba exagerando o simplemente tratando de asustarme. Él estaba, quizá, genuinamente intentando enlistar mi contribución. Pero yo ya había puesto algo en movimiento que no tenía la habilidad de controlar.


Quemando. Aún quemando, pienso de manera entumecida. Las llamas en las minas de carbón arrojan humo blanco en la distancia. Aunque no queda nadie para que las cuide. Más del noventa por ciento de la población del distrito está muerta. Los restantes ochocientos o algo así están refugiados en el Distrito 13, lo cual, en lo que a mí respecta, es lo mismo que estar sin hogar para siempre.


Sé que no debería pensar eso; sé que debería estar agradecida por la manera en que hemos sido recibidos. Enfermos, heridos, muriéndonos de hambre, y con las manos vacías. Aún así, nunca puedo superar el hecho de que el Distrito 13 fue una contribución en la destrucción del 12. Eso no me absuelve de culpa (hay bastante culpa para circular). Pero sin ellos, yo no habría sido parte de un gran complot para derrocar al Capitolio ni hubiera tenido los recursos para hacerlo.


Los ciudadanos del Distrito 12 no han organizado movimientos de resistencia por su cuenta. Por no decir en algo de esto. Ellos sólo tienen el infortunio de tenerme. Aunque algunos sobrevivientes piensan que es buena suerte, estar libres del Distrito 12 al fin. Haber escapado del hambre y la opresión interminables, de las peligrosas minas, del látigo de nuestro último agente de la paz en jefe, Romulus Thread. Tener una nueva casa siquiera es visto como una maravilla ya que, hasta hace poco tiempo, ni siquiera sabíamos que el Distrito 13 aún existía.


El crédito por el escape de los sobrevivientes ha caído firmemente sobre los hombros de Gale, aunque él está reacio a aceptarlo. Tan pronto como el Quarter Quell había terminado (tan pronto como yo había sido levantada de la arena), la electricidad en el distrito 12 fue cortada, las televisiones se pusieron negras, y la Veta se quedó tan silenciosa; la gente podía escuchar los latidos de los demás. Nadie hizo nada para protestar o celebrar lo que había sucedido en la arena. Aunque en los siguientes quince minutos, el cielo estuvo lleno con aerodeslizadores y las bombas estaban lloviendo.


Fue Gale quien pensó en la Pradera, uno de los pocos lugares que no estaba lleno con viejas casas de madera incrustadas con polvo de cenizas. Él reunió a los que pudo en su dirección, incluyendo a mi madre y a Prim. Él formó el equipo que derribó la cerca (que es ahora sólo una inocua valla de cadenas, con la electricidad apagada) y guió a las personas dentro del bosque. Los llevó al único lugar en el que pudo pensar, el lago que mi padre me mostró cuando yo era pequeña. Y fue desde allí donde observaron las distantes llamas devorando todo lo que conocían en el mundo.


Para el amanecer, los bombarderos se habían ido desde hacía mucho tiempo, las flamas estaban muriendo, y los rezagados finales estaban acorralados. Mi madre y Prim habían instalado un área médica para los heridos y estaban intentando tratarlos con lo que fuera que podían conseguir del bosque. Gale tenía dos juegos de arco y flechas, un cuchillo de caza, una red de pesca, y más de ochocientas personas aterrorizadas que alimentar. Con la ayuda de aquellos que eran físicamente capaces, se las arreglaron por tres días. Y ahí fue cuando el aerodeslizador inesperadamente llegó para evacuarlos a todos al Distrito 13, donde había más que suficientes compartimentos blancos y limpios para vivir, montones de ropa, y tres comidas al día. Los compartimentos tenían la desventaja de estar bajo tierra, la ropa era idéntica, y la comida era relativamente insípida, pero para los refugiados del 12, estas eran consideraciones menores. Ellos estaban a salvo. Estaban siendo cuidados. Estaban vivos y siendo ansiosamente recibidos.



Este entusiasmo fue interpretado como bondad. Pero un hombre llamado Dalton, un refugiado del Distrito 10 que llegó al 13 a pie hace unos cuantos años, me reveló el verdadero motivo.


—Ellos te necesitan. A mí. Nos necesitan a todos. Hace un tiempo, hubo una especie de epidemia de varicela que mató a un montón de ellos y dejó infértiles a un montón más. Nuevo linaje de crianza. Así es como nos ven.


Antes, en el distrito 10, él trabajó en unas haciendas de ganado, manteniendo la diversidad genética de la manada con la implantación de embriones de vacas congelados desde hace mucho tiempo. Él es muy prometedor justo en el distrito 13, porque no parece haber casi suficientes niños por ahí. Pero ¿entonces qué? No estamos siendo encerrados en corrales, estamos siendo entrenados para el trabajo, los niños están siendo educados. A aquellos mayores de catorce les han sido dados rangos de principiantes en el ejército y están siendo llamados respetuosamente como “Soldados”. A cada uno de los refugiados le fue otorgada la ciudadanía automática por las autoridades del 13.


Aún así, los odio. Pero, por supuesto, yo odio a casi todos ahora. A mí misma más que a nadie.


La superficie bajo mis pies se endurece, y bajo la alfombra de cenizas, siento las piedras del pavimento de la plaza. Alrededor del perímetro está una poco profunda orilla de basura donde las tiendas estaban. Un montón de ennegrecidos escombros han reemplazado el Edificio de Justicia. Camino al sitio aproximado de la pastelería que le pertenecía a la familia de Peeta. No queda mucho excepto un pedazo derretido del horno. Los padres de Peeta, y sus dos hermanos mayores, ninguno de ellos logró llegar al Distrito 13. Menos de una docena de lo que pasó por el próspero escape del fuego del Distrito 12. Peeta no habría tenido nada por lo que venir a casa. Excepto a mí…


Me alejo retrocediendo de la pastelería y choco contra algo, pierdo el equilibrio, y me encuentro a mí misma sentada sobre un trozo de metal calentado por el sol. Medito lo que podría haber sido, el recordar la reciente renovación de la plaza hecha por Thread. Los cepos, los postes de azotes, y esto, los restos de las horcas. Malo. Esto es malo. Causan un torrente de imágenes que me atormentan, dormida o despierta. Peeta siendo torturado: ahogado, quemado, lacerado, electrocutado, lisiado golpeado, mientras el Capitolio trata de obtener información sobre la rebelión de la que él no sabe. Cierro mis ojos e intento alcanzarlo a través de los cientos y cientos de millas, para enviar mis pensamientos dentro de su mente, para dejarle saber que no está solo. Pero lo está. No puedo ayudarlo.


Corro. Lejos de la plaza hacia el lugar que el fuego no destruyó. Paso los restos de la casa del alcalde, donde mi amiga Madge vivía. Ni una sola palabra sobre ella o su familia. ¿Fueron evacuados al Capitolio por la posición de su padre, o dejados en las llamas? Las cenizas se ondulan a mí alrededor, y subo el dobladillo de mi camiseta sobre mi boca. No es de extrañar lo que inhalo, sino quién, que amenaza con sofocarme.


El pasto ha sido quemado y la nieve gris cae aquí y allá, pero las doce finas casas de la Aldea de los Vencedores están ilesas. Entro a la casa en la que viví durante el último año, cierro la puerta de golpe, y me reclino contra ella. El lugar parece intacto. Limpio. Espeluznantemente tranquilo. ¿Por qué regresé al 12? ¿Cómo puede esta visita ayudarme a responder las preguntas de las que no puedo escapar?


—¿Qué voy a hacer? —susurro hacia las paredes. Porque realmente no lo sé.


Las personas se mantienen hablando, hablando, hablando, hablando. Plutarch Heavensbeen. Su calculadora asistente, Fulvia Cardew. Un revoltijo de líderes de distrito. Oficiales del ejército. Pero no Alma Coin, la presidenta del 13, quien sólo observa. Ella tiene cincuenta años o algo así, con cabello gris que cae en una ininterrumpida capa hacia sus hombros. Estoy de alguna manera fascinada por su cabello, ya que es tan uniforme, sin ningún defecto, mechón, ni siquiera una grieta. Sus ojos son grises, pero no como los de las personas de la Veta. Los de ella son muy pálidos, casi como si todo el color hubiera sido succionado de ellos. El color del aguanieve que deseas que se derrita.


Lo que ellos quieren es que yo propiamente tome el papel que diseñaron para mí. El símbolo de la revolución. El sinsajo. No es suficiente, lo que he hecho en el pasado, desafiando al Capitolio en los Juegos, proporcionando un punto de reunión. Debo ahora convertirme en la líder real, la cara, la voz, la personificación de la revolución. La persona con la que los distritos, la mayoría de los cuales están ahora abiertamente en guerra con el Capitolio, puedan contar para que abra el sendero hacia la victoria. No tendré que hacerlo sola. Ellos tienen un equipo entero de personas que me cambien, me vistan, escriban mis discursos, orquesten mis apariciones, como si eso no sonara horriblemente familiar, y todo lo que tengo que hacer es interpretar mi parte. Algunas veces, los escucho y algunas veces simplemente observo la perfecta línea del cabello de Coin y trato de decidir si es una peluca. Eventualmente, dejo la habitación porque mi cabeza comienza a doler o es tiempo de comer o porque si no subo podría empezar a gritar. No me molesto en decir nada. Simplemente me levanto y salgo.


Ayer en la tarde, mientras la puerta estaba cerrándose detrás de mí, escuché a Coin decir: “Te dije que deberíamos haber rescatado al chico primero”, refiriéndose a Peeta. No podría estar más de acuerdo. Él habría sido un excelente vocero.


¿Y a quién sacaron ellos de la arena en su lugar? A mí, quien no cooperará. Beetee, un viejo inventor del Distrito 3, a quien raramente veo porque fue puesto en el desarrollo de armas en el mismo minuto en que pudo sentarse erguido. Literalmente, hicieron rodar su cama hasta un área súper secreta y ahora él sólo aparece ocasionalmente para las comidas. Él es muy listo y está muy dispuesto a ayudar a la causa, pero no realmente como material de alboroto. Entonces está Finnick Odair, el símbolo sexual del distrito de pesca, quien mantuvo a Peeta vivo en la arena cuando yo no pude. Ellos quieren transformar a Finnick en un líder rebelde también, pero primero tendrán que conseguir que permanezca despierto durante más de cinco minutos. Incluso cuando está consciente, tienes que decirle todo tres veces para llegar a su cerebro. Los doctores dicen que es por el choque eléctrico que recibió en la arena, pero yo sé que es mucho más complicado que eso. Sé que Finnick no puede concentrarse en nada en el distrito 13 porque está tratando con mucha fuerza de ver lo que le está sucediendo en el Capitolio a Annie, la chica loca de su distrito que es la única persona en la tierra a quien él ama.


A pesar de las serias reservas, tengo que perdonar a Finnick por su papel en la conspiración que me trajo aquí. Él, al menos, tiene alguna idea de lo que estoy atravesando. Y requiere demasiada energía permanecer enojada con alguien que llora tanto.


Me muevo a través del primer piso con pies de cazadora, reacia a hacer algún sonido. Recojo unos pocos recuerdos: una fotografía de mis padres el día de su boda, un listón azul con un mechón del cabello de Prim, el libro familiar de plantas medicinales y comestibles. El libro cae abierto en una página con flores amarillas y lo cierro rápidamente porque fue el pincel de Peeta el que las pintó.


¿Qué voy a hacer?


¿Tiene algún sentido hacer algo en absoluto? Mi madre, mi hermana, y la familia de Gale están finalmente a salvo. Mientras para el resto del Distrito 12, las personas están muertas, lo cual es irreversible, o protegidas en el 13. Eso deja a los rebeldes en los distritos. Por supuesto, odio al Capitolio, pero no tengo confianza alguna en que el hecho de que yo sea el Sinsajo beneficiará a aquellos que están tratando de echarlo abajo. ¿Cómo puedo ayudar a los distritos cuando cada vez que hago un movimiento, resulta en sufrimiento y pérdida de vidas? El anciano al que le dispararon en el Distrito 11 por silbar. Las medidas represivas en el 12 después de que intervine en los azotes que le estaban dando a Gale. Mi estilista, Cinna, siendo arrastrado, sangriento e inconsciente, de la Sala de Lanzamiento antes de los juegos. Las fuentes de Plutarch creen que fue asesinado durante el interrogatorio. El brillante, enigmático, y adorable Cinna está muerto por mi culpa. Alejo el pensamiento porque es demasiado imposiblemente doloroso insistir sin perder mi frágil agarre de la situación completamente.


¿Qué voy a hacer?


Convertirme en un Sinsajo… ¿podría algo bueno que yo hiciera posiblemente pesar más que el daño? ¿En quién puedo confiar para responder esa pregunta? Ciertamente, no esas personas en el 13. Juro, ahora que mi familia y la de Gale están a salvo, que yo podría huir. Excepto por una pieza sin finalizar del asunto. Peeta. Si yo estuviera segura que él está muerto, podría sólo desaparecer en el bosque y nunca mirar atrás. Pero hasta que no lo sepa, estoy atrapada.


Giro sobre mis talones ante el sonido de un siseo. En la puerta de la cocina, arqueado hacia atrás, con las orejas achatadas, está el gato más feo del mundo.


—Buttercup —digo. Miles de personas están muertas, pero él ha sobrevivido e incluso se ve bien alimentado. ¿A base de qué? Él puede entrar y salir de la casa a través de la ventana que siempre dejamos entreabierta en la despensa. Él debe haber estado comiendo ratones de campo. Me niego a considerar la alternativa.


Me pongo en cuclillas y extiendo una mano.


—Ven aquí, chico.


No probablemente. Él está enojado por su abandono. Además, no estoy ofreciendo comida, y mi habilidad de dar sobras siempre ha sido mi principal cualidad redimible para él. Por un tiempo, cuando solíamos ir a la vieja casa porque a ninguno de los dos nos gustaba esta nueva, parecíamos estar uniéndonos un poco. Eso claramente se ha terminado. Él pestañea esos desagradables ojos amarillos.


—¿Quieres ver a Prim? —pregunto. El nombre de ella atrapa su atención. Además de su propio nombre, es la única palabra que significa algo para él. Da un oxidado maullido y se me acerca. Lo levanto, acariciando su pelaje, luego voy al armario y saco mi mochila y lo meto en ella bruscamente. No hay otra forma en que pueda llevarlo en el aerodeslizador, y él significa el mundo para mi hermana. Su cabra, Lady, un animal de verdadero valor, desafortunadamente no ha hecho aparición.


En mi auricular, escucho la voz de Gale diciéndome que debemos volver. Pero la mochila me ha recordado una cosa más que quiero. Cuelgo la correa de la mochila sobre el respaldo de una silla y corro hacia mi habitación. Dentro del armario, cuelga la chaqueta de caza de mi padre. Antes del Quell, la traje aquí desde la vieja casa, pensando que su presencia podría ser un consuelo para mi madre y mi hermana cuando yo estuviera muerta. Gracias a Dios, o sería cenizas ahora.


El suave cuero se siente tranquilizador y por un momento estoy en calma por los recuerdos de las horas que pasamos enrollados en ella. Entonces, inexplicablemente, mis palmas comienzan a sudar. Una extraña sensación se desliza por mi nuca. Me giro para enfrentar la habitación y la encuentro vacía. Ordenada. Todo en su lugar. No había sonido alguno para alarmarme. ¿Entonces qué?


Mi nariz se arruga. Es el olor. Empalagoso y artificial. Una pizca de blanco se asoma de un jarrón de flores secas en mi tocador. Me aproximo con cautelosos pasos. Allí, todo excepto oscurecida por sus conservadas primas, está una fresca rosa blanca. Perfecta. Hasta la última espina y pétalo de seda.


Y sé inmediatamente quién me la ha enviado.


El Presidente Snow.


Cuando empiezo a ahogarme con el hedor, retrocedo y me voy. ¿Cuánto tiempo ha estado aquí? ¿Un día? ¿Una hora? Los rebeldes hicieron un recorrido de seguridad en la Aldea de los Vencedores antes de que yo estuviera lista para venir aquí, buscando explosivos, micrófonos, algo inusual. Pero quizá la rosa no pareció notable para ellos. Sólo para mí.


Abajo, agarro la mochila de la silla, haciéndola rebotar por el piso hasta que recuerdo que está ocupada. En el césped, hago señas frenéticamente al aerodeslizador mientras Buttercup se agita. Le doy un codazo, pero esto sólo lo pone más furioso. Un aerodeslizador se materializa y una escalera cae. Pongo un pié en ella y la corriente me congela hasta que estoy a bordo.


Gale me ayuda desde la escalera.


—¿Estás bien?


—Sí —digo, limpiado el sudor de mi cara con mi manga.


¡Él me dejó una rosa! Quiero gritar, pero no es información que esté segura debería compartir con alguien como Plutarch mirando. Primero que nada, porque me haría sonar como loca. Como si lo hubiera imaginado, lo cual es bastante posible, o que estoy exagerando, lo cual me compraría un viaje de vuelta a la tierra de ensueños inducida por drogas de la que estoy tratando con tanta fuerza de escapar. Nadie lo entendería por completo, cómo no es sólo una flor, ni siquiera sólo una flor del Presidente Snow, sino una promesa de venganza, porque nadie más se sentó en el estudio con él cuando me amenazó antes del Tour de la Victoria.


Colocada sobre mi tocador, esa rosa blanca como la nieve es un mensaje personal para mí. Habla de asuntos inconclusos. Susurra: Puedo encontrarte. Puedo alcanzarte. Quizá te estoy observando justo ahora.

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